domingo, octubre 29, 2006

DEDALES DE ORO

De un tiempo a esta parte me han remecido las entrañas esas maravillosas, luminosas y frágiles flores silvestres llamadas “dedales de oro”. ( Eschscholzia californica, o Amapola californiana).

Flores que en su ambiente original tienen variados colores: amarillo, naranja, blanco, rojo, salmón, rosado, pero que en Chile, por lo menos lo que yo doy fe, sólo son amarillas, naranjas y blancas. Estas últimas, mucho más escasas. Estas maravillas sutiles han revolucionado el ambiente que me rodea: calles aledañas, sitios baldíos, roqueríos, bermas estrechas, riscos hirsutos. Se trata de una revolución absolutamente silenciosa, totalitaria, demoledora e intrigante. Cada año más superficies secas del sector se convierten al naranja-amarillo-blanca. Cada año más momentos del año son testigos de esta explosión, "temiendo" de mi parte que en el corto plazo, toda la superficie pública sea, todo el año, amarillo-naranja-blanca. Así no más son las Golden Poppy... Especie foránea proveniente de California, avecindada en Chile y ojalá nunca erradicada. No existe claridad respecto a su arribo ni a su difusión. Se habla de que las semillas llegaron de polizontes dentro de los durmientes californianos de roble que se usaron para la construcción de nuestros primeros ferrocarriles a mediados del siglo XIX. O sea el pobre, duro y solitario roble californiano cobijó por un tiempo y a través de los océanos, en sus entrañas, el color, la gracilidad, la vida de esta doncella difícil y prolífica.

La anécdota cuenta por otra parte, que su difusión se debió a las enas del amor, teoría recurrente para desencantar los encantos como éste. Un ingeniero inglés de ferrocarriles, desilusionado de amor, engañado por una bella chilena, palió sus penas desde el pescante del último vagón entre Valparaíso y Santiago, lanzando al aire millones de diminutas semillas de la planta, regadas con sus propias lágrimas británicas. Eso dice la bella leyenda y así lo creían mis hijas. Yo también la creí, porque penas de amor he tenido aunque nunca se me ocurrió transformarlas en vida, que debiera ser la forma optimista de mirar las penas de amor y los fracasos.

Ha pasado mucho tiempo desde entonces, porque estas semillas diminutas, livianas, casi negras, son difíciles de propagar artificialmente ni a nadie en el país se le ha ocurrido comercializarlas. No aceptan de hecho, trasplantes. Se inmolan tras unos días breves fuera del terruño. Pareciera que su única manera de proliferar es a través de los vientos y las penas de amor.Yo por mi parte, aunque sin penas de amor, me propuse este año cultivarlas. Recogí muchas semillas en la época precisa. Las sequé convenientemente, las cuidé preciosamente, para luego, al voleo, semejando a Céfiro, esparcirlas por la parcela, a ver si pasaba algo. Creo habrá “un antes y un después”, cuando logre mis objetivos de procrearlos artificialmente. Será el inicio de una maravillosa revolución amarillo-naranja- blanca en mi vida.

Pues bien, ayer ese acontecimiento sucedió. Buscaba y buscaba por aquellos lugares donde mi mano inquieta pero serena, volteaba una a una las semillas meses atrás y oh, tremenda sorpresa, encontré unas diez núbiles plantitas creciendo desembozadas como en su casa, que es el campo, que es la calle, que es el ferrocarril. Es el comienzo del después! Otros meses más me dirán de qué colores se vestirá nuestro alrededor gracias a mi paciencia, tesón, amor y a la maravillosa Madre Naturaleza. Y -obviamente por sobre todas las cosas- a la Eschscholzia californica.