domingo, febrero 05, 2006

LOS 2 VÍRGENES

Hotel Lancaster, calle Abate Molina 23, a media cuadra de la Alameda Bernardo O'Higgins a cinco de mi querido Liceo Darío Salas, hoy pasé frente a ti después de un extenso tiempo y mínimas sinrazones. Recordando el lugar de nuestra primera experiencia erótica amorosa de los 15 años. Yo creyendo que verterme íntegro en la sencilla conjunción entre tu talle y tus piernas era hacer el amor propiamente tal y tú creyendo que abriéndote de piernas ante mi, recibiéndome y apretándome llegado el momento preciso también era el acto propiamente tal. Hacía un largo tiempo que nos extenuábamos acariciándonos con ropa, fuera de clases, en algún escaño de la cercana-hermosa-protegida Plazoleta Manuel Rodríguez hasta que no dábamos más, lo que es un decir para esa edad. Hasta que tú, a pesar de o quizá por esos mismos quince años, un especial, un bendito día decidiste que bastaba de juegos infantiles y elegiste el Lancaster, decidiste ir al Lancaster, que por lo demás, quedaba a la pasada hacia tu casa en García Reyes. Intentamos unas cuatro veces ingresar al Hotel semi ocultos en nuestras edades, yo pasando más piola por lo peludo, pero tú difícilmente aceptable con esa carita de niñita buena, educadita, decentita, bien vestidita. Pintados estrepitosamente para ver si obteníamos algún dividendo. Curiosamente no recuerdo eso sí, cómo lográbamos despojarnos y deshacernos de los uniformes de azul para llegar de civil. Siempre golpeábamos, siempre nos rechazaban con la misma escueta y predecible respuesta: - No se admiten menores de edad. Mucho-tanto fue el cántaro al agua, muchas-tantas las veces que golpeamos tus puertas, Hotel Lancaster, con nuestras urgencias quinceañeras, tantas nuestras caras de deseo, tanto nuestro olor a deseo que finalmente una camarera amorosa, sonriente esta vez, se compadeció de nosotros y nos dejó pasar, no sin antes advertirnos que no la habíamos engañado y que éramos los mismos pendejos, aunque más pintados, que veníamos hueviando hace como 3 meses. No creas que voy a recordar el día que eso ocurrió. Fue un 14 de diciembre. A las 16:30 hrs. de un cálido día de verano con algo de nubes. Recuerdo que me identifiqué con mi nombre y tu apellido. El miedo, la sorpresa, la tristeza, sí la tristeza de dejar una etapa, la lujuria, el deseo que nos trituraba el alma, nos hicieron caminar casi en el aire desde el foyer hasta la pieza 6 que nos asignaron. Sacarte la ropa fue un dulce proceso. Aún recuerdo nuestros olores que por cierto no eran olores. Eran fragancias interminables e indeterminadas...Hotel Lancaster, calle Abate Molina 23, a media cuadra de la Alameda, cerca del Liceo Darío Salas. En la pieza 6 avanzar equivalía a una sorda lucha entre mi boca y tu boca, por atrapar mis manos las tuyas, mis pies, mis brazos, mis piernas, mi cuerpo, y lo tuyo, atraparse. Finalmente quedaste nívida, refulgiente, escultural ante mi, no sabiendo ni tú ni yo qué hacer ante tamaña desnudez. Solemnes como cuando frente a frente los dos rendíamos homenaje a nuestro emblema patrio los lunes a primera hora, con ropa. Yo, por otra parte, madura y arteramente, sacando frialdad de mis flaquezas, rechazando tus modos juguetones de desnudarme, cuestión que he descubierto viene en mis genes – jé - la cuestión es que a la hora de haber llegado, y como la plata no alcanzaba para mucho y una hora es una hora y un precio, apurándome, yo que estaba completamente vestido y tú en pelotas por arte de magia obtuve la anhelada simetría. Lo segundo que hice fue eliminarte los afeites de la cara, todos los afeites, restituyéndole a tus facciones la propiedad de los quince. Tú hiciste otro tanto. Sólo así pudimos vernos realmente tan apropiadamente desnudos. Ambos transparentes, serenos, pegados de arriba abajo, sintiendo la presión de nuestras arterias y nuestros ojos. Besándonos. Nuestros besos besándose. Nuestros muslos besándose. Nuestros pechos besándose, tus pechos tuyos turgentes, novicios, soberanos. Nuestros vientres besándose. También nuestras rodillas besándose. Te di la vuelta para sentirte más, lanzándote a la cama, entre violenta y cariñosamente, yo con mis 56 kilos encima tuyo, como diciendo: “éste es tu hombre, recuérdalo”. Afortunadamente tú no me replicaste “Ésta es tu mujer, recuérdalo”, pues no había sido una de mis frases afortunadas sin duda. Caí sobre ti y sentí que con rabia quizá clavabas tus uñas al cubrecamas y te movías convulsivamente de acá para allá jadeante evitando una entrada no pretendida. Mis manos recorrían ese sexo finito de final y de finura, de lisura. Mojados hasta decir basta. Litros de nuestras sustancias consideradas eternas y etéreas dándonos la bienvenida. Después de un rato te diste la vuelta necesaria voluntariamente. Te empecinaste con mi sexo. Lo besaste descaradamente. Abriste torrencialmente tus bellas y largas piernas con esos tiernos bellitos transparentes que tenías y espero conserves, como prometiste. Yo me acerqué vertiginosamente y pasó – putas! - lo que no debía pasar... Yo creyendo que verterme íntegro en la sencilla conjunción entre tu talle y tus piernas era hacer el amor propiamente tal y tú creyendo que abriéndote de piernas ante mi, recibiéndome y apretándome llegado el momento preciso también era el acto propiamente tal, después de tantos meses de elongaciones eróticas nos retirábamos del Lancaster –Abate Molina 23- tal y como habíamos llegamos: vírgenes !

2 Comments:

At 12:51 a. m., Blogger mejorquenovela said...

Bella, bella historia y gran descubrimiento tu blog, de verdad me encantaron tus historias. Gracias por la nota que me dejaste muy halagador. Nos estamos escribiendo.
Candy

 
At 1:07 a. m., Blogger Luzjuria said...

La primera vez, mmmm... importante momento, no siempre es como soñamos, pero existe la magia de la inocencia y el descubrirse mutuamente ...

 

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