jueves, enero 05, 2006

debate presidencial

Compré pacientemente un rico stock de quesos en aquél súper. Un rico cavernet-sauvignon-nunca-tan-caro. Pancito especial y listo. Estaba demás en la hora y partí a casa de ella. Por cierto ella no estaba. Siempre se las arregla para no estar cuando dice "estaré". Y yo no me quería perder el debate. No porque abrigara dudas sobre por quién votar, que desde el 1° instante no abrigo. Es más, en política es dónde menos dudas abrigo. O mejor dicho: es el único espacio donde no abrigo dudas. Corrijo: tantas dudas. Bueno, no estaba. Entonces qué hacer con ese preciado stock de mini delicatesen. Qué hacer, hombre, sobre la marcha. Mis neuronas trabajaban vertiginosamente. Alternativa 1: ir a casa y verlo solo aburridamente. Sin comentarios. Alternativa 2: ir donde aquella amiga que quiero tanto que ella no tanto y que siempre me dice que vaya no más sin problemas ni previo aviso. Pues esta vez sí habían problemas: "mi pololo viene en camino...lo siento". Alternativa 3: ir a un restaurante cualquiera pero qué de mis "cositas comestibles". No way! Mientras se me ocurría otra locura novedosa surgió lo imprevisto. Llamada al celular. "Estoy lista. En 10 minutos llego. Tuve una urgencia". Seca. Escueta. Lapidaria. Definitiva, como sólo las mujeres saben serlo, afortunadamente. (No soportaría a un hombre, un socio por ejemplo, con tales características). Yo por experiencia sé qué significan 10 minutos en la vida de una mujer. Más aún cuando esos 10 minutos afectan los 10 minutos de la vida de un hombre. Pero accedí. Dije sí, te espero y no esperé. Subí a su depto. El conseje cada vez me hace menos muecas. Aleluya conseguí llaves hace un tiempo y me hice cargo de sus dominios. No sé por qué, sabiendo que no había nadie, igual entré cautelosamente. Casi a tientas con todas las luces prendidas. Revisando lo que no debía revisar. Como esperando que detrás de alguna puerta surgiera ella, con un "sor-pre-sa". Así tomé el control de la guarida. Tranquilamente busqué lo que yo, quizá otro hombre no, nunca puedo encontrar, a saber: el destapador de vinos, las servilletas, la bandeja adecuada. Los vasos los encontré. Preparo la bandeja con una serena demostración de los quesos-de-todos-los-quesos. Lleno las 2 copitas del mosto. Me echo en la cama bien hecha. Prendo la TV. Faltan 20 minutos. Digo: "por qué no esperarla con una vasito adentro" y escancio mi 1° copa del bendito cavernet-sauvignon. Está exquisito. Los quesitos también. "¿Por qué no una 2°'". La modorra me asalta. El cansancio del día. De los días y las noches anteriores. Y listo. Hombre al "sobre". Como bebito en brazos de Morfeo. Lo último que recuerdo es la voz de un engolado Libardo Buitrago haciendo una pregunta a no sé qué candidatodenoséquéelecciónennoséquépaísenundepartamentoquenoesmío. 23:55 PM. Son gritos. Sí, gritos que me despiertan desde el más allá. Que cómo no me esperaste. Que mira cómo volcaste el vino. Que el perro se comió todo el queso. Que traigo hambre. Que tus ronquidos se escuchaban desde la calle. Que yo que quería ver contigo el debate. Todo esto a las 23:55, cuando ya hacía rato que las luces del Palacio Riesco se habían apagado y yo -afortunadamente- tenía mi decisión tomada, pues me había perdido el último debate presidencial.